domingo, 9 de enero de 2011

Metal, tabaco y jabón


Un tal 5 de enero…
Víspera de reyes, principios de año, un día que parece ser invisible para mí.
Un tal metro que me lleva, una tal hora, un tal año, un tal mes, un tal dia, una tal persona que espera.
Un día esperado, que parece no formar parte ya de la semana, pues parece un sueño. Sé lo que he hecho, pero aun no me creo con quién.
Gracias a los nervios no cené la noche anterior, ni comí al día siguiente, así que me fui con el estómago prácticamente vacío, enfrentándome a masas de gente que corren hacia todas partes, sin importarles los demás, y yo, algo perdida, sigo mi rumbo, camino a Atocha.
Llego allí, las cinco y cuarto de la tarde, tiene que estar apunto, decido llamarle, y así guiarme hasta los tornos, tal como quedamos.
- ¿Dónde estás?
- Acabo de entrar al tren, me queda una hora.
- ¡¿Qué?!
- Te dije que llegaría a las cinco y media, o seis…
Oh, genial. Parece ser que esta vez me equivoque yo, Salí una hora antes de mi casa, asique me tocaba esperar. Me apoye en una columna, observando a la gente pasar, discutir, hablar, algunos me miraban raro, pero bah, ¿qué más da? Solo buscaba con la mirada alguna cresta andante.
Comienzo a sentir la presión de los nervios, primero en mi estómago, después en mis pulmones, según pasaba el tiempo, lo sentía más próximo a mi pecho, ahogando los pálpitos de mi pecho, ahogándome, hasta que volvía a respirar hondo, calmándome. 5:32. Le llamo.
-¡Ya estoy aquí! ¿Dónde estás?
De repente el latir de mi corazón ya no es un tic tac, dejando de sentirlo a causa de la velocidad de estos, como si en cualquier momento fuera a explorar. Me doy la media vuelta, y ahí está. Esa persona que conozco a través de un teléfono, una cam, y una pantalla… Desde hace casi dos años, en realidad es como si fuera una de tantas veces que le he visto, pero sé que no.
Increíble, no podía ser de verdad. Se acerca a mí, abre sus brazos, y le abrazo con fuerza, sonriendo, y algo cortada. Caminamos sin saber que decir, estoy nerviosa y sonrío de euforia.
Ya está. Esta aquí. Conmigo. Por fin.
Su voz es tan cambiada… más dulce, quizás.
Ya no me importa lo que pueda pasar, ojala me perdiera por Madrid con él.

Conseguimos algo de alcohol, por pasar el rato, más bien, y nos vamos al Retiro. Oh, bendito Retiro.
Un banco mojado, las mezclas hechas, música, y algo de conversación. Me besaba cada cierto corto tiempo en la mejilla, aunque creo, o sé, que buscaba algo más que un simple beso en la mejilla. Se sienta, y entonces me levanto yo. Le miro, me mira, sonrío, sonríe, pregunto qué ocurre, él niega y me mira. De repente, sin apenas darme cuenta, me besa, bueno, me da un pico en los labios.
-No te lo esperabas, ¿eh?
Pues no, para nada me lo esperaba.
Se vuelve a acercar, esta vez, de nuevo en mi boca, o eso creo. Ladeo la cabeza para besarle bien en los labios, y antes de dárselo, aparta la boca. Me quedo quieta, algo cortada.
-Te iba a dar un beso en la mejilla
Ya claro, serás…
Odio que me hagan esas cosas, y por ese mismo motivo, le beso, por cojones.
Le tomo por la nuca, acercándole a mi, sintiendo mis pies de puntillas, cerrando los ojos, comenzando a besarle, dejándome la libertad de volar libremente entre su boca.
Corto vuelo, corto beso, pero… me gustó.
Nos sentamos, me habla, me lee algunas de sus poesías. No puedo concentrarme a penas en sus letras, pues s escuchar esa voz que otras tantas veces me ha leído poesías a miles de kilómetros de distancia, sabiendo que ahora, la tengo a menos un milímetro, me hace sentir tan bien…
Tras escucharle, me siento más sensible, he recordado mis mil y una lucha en estos últimos meses, y me siento débil.
-Cuando me fume este cigarro, vamos a hacer olvidar todo...
Me dices, con esa voz ronca que a pesar de serlo, me sigue dando ese morbo que siempre me dio.
Sí, soy una obsesa amante de las voces, como la tuya.
Besos, caricias, saliva, mordiscos tiernos en los labios, manos que se pierden entre la ropa, miradas de gente, roces en el cuello, recuerdo las ganas, el ansia.
-¿Vamos con los patos? – Me dices riendo, y mientras asiento, siguiendo tu risa, avergonzada, pues será en público.
Saltamos la valla del pequeño lago, dejando nuestros bártulos detrás de un árbol, ahí mismo, me tumbas en el suelo. 

Empieza a importarme poco lo que me ensucie, total, me vas a ensuciar tú, eso ya es un honor.
De nuevo besos, caricias y demás preliminares. Esta vez las cosas van a fondo.
Que sí, dios mío, que estoy cachonda perdida. Que ya no sé qué hago ni que dejo de hacer.
El juego comienza. Me dejo llevar, me dejo sentir. Tus manos en mi cuello, tu boca a milímetros de la mía, respirando el mismo aire. Tiras de mi collar, y en ese mismo momento, mis gemidos aumentan involuntariamente, mis latidos de nuevo se aceleran, dejo de sentir, tan solo pido más, quiero más. Me importa tan poco la gente, que lo haría cien veces más escandaloso si pudiera. Mi piel comienza a arder contra el roce del suelo, pero no siento nada más que el calor general de mi piel. Mis sentidos me indican que estoy flotando, flotando con mi “amor platónico” y es genial, a pesar de considerarse torpe. Ni frio ni calor, ni risa ni llanto, tan solo gemidos que se atropellan en mi garganta, ahogos, espasmos, cada vez más, ¡más! No hay nadie. Tan solo nuestros cuerpos, la oscura y húmeda tarde, unos cuantos graznidos de patos y alguien espiándonos tras un árbol. Más morbo añadido.
Mientras me pierdo en mi más profundo placer, tiro de tu ropa, dejándome hacer, dejándome dar placer. Acabas, cayendo sobre mí, muerto, respirando con fuerza sobre mi espalda. Justo en ese momento, los fuegos artificiales salen a la luz, cómico, ¿verdad? Parece hecho adrede.
Nos levantamos, nos vestimos, y nos quedamos medio tirados, uno sobre otro, tan relajados, que podríamos haber dormido tal cual. Me encanta. Me encanta tu olor. Sí, hoy en el Retiro huele a sexo y jabón.
Un cigarro, dos caladas, comentarios sobre el tema, y arriba. Camino hacia Atocha.
Te has vuelto loco, ahora sí eres tú en tu plena esencia. Provocas a la gente que se aleje, y luego te quejas, porque ellos se alejan al pasar a tu lado, tiras de mí, me guías con tus pasos, me haces sonreír. Tus dedos están enredados en los míos, y eso me hace sentir niña. Me haces sentir como una cría, haciéndose la mayor con alguien. Soy una cría, haciéndose la mayor con alguien, contigo. Tras una pequeña vuelta, un pequeño incidente con esos míticos carteristas de Madrid, matamos el tiempo, por no dejar que te vayas.
Llega la hora de la partida, pero la que se va, soy yo, ¡maldita sea!
Me quedo frente a ti, después de lo que ha pasado, difícilmente olvidare este día.
Te observo, mientras te desenganchas las cadenas del pantalón, cadenas de las cuales anteriormente tiré de ellas como si fueran mi único sitio al que pudiera permanecer amarrada.
-En realidad no tenía planeado darte nada, pero… toma – Me tiendes estas sobre la palma de mi mano, mientras me miras.
-Y tus ocasiones especiales de contrabandista, ¿qué? – Sonrío, mirándolas en mis manos, nerviosa y apenada.
Un último beso, y un amistoso abrazo, curioso mejunje, me gusta.
Prefiero ir a paso ligero, no me gustan las despedidas. Te lo dije, a veces soy un poco fría.
De vuelta a casa, en metro, consigo un asiento, me siento observada, pero bah, tengo algo más valioso que la propia intimidad, tus cadenas… huelen a jabón y metal.
Sí, sí, me ha encantado, tú hueles a tabaco y jabón. Creo que es algo que conservare en mi mente de por vida…
¿Pruebas fisicas? Un mordisco en el cuello, una herida en la espalda, y agujetas por todas partes, perfecto.
¡Joder! Malditos recuerdos, ¿cuánto tiempo rondareis en mi cabeza?
Que hoy los recuerdos me huelen a metal, sexo y jabón.
Que huelen a ti.

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